Debates

Saber-poder, geografías humanas y emplazamientos temporales

Comentarios acerca de Geografía, razza e territorio. Agostino Codazzi e la Comissione Corografica in Colombia (Morelli, Venturoli, eds., 2021).

9 de mayo de 2022
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«Recuerda, siempre hay alguien más sabio que tú», le decía Merlín a Arturo mientras éste ya corría a enfrentarse con Lanzarote. Hay algo de esta escena, de la película Excalibur de John Boorman, en el inicio de una investigación, en el que se enfatiza el esfuerzo por conocer de algún asunto o tema y luego se descubre que otras personas ya avanzaron en lo que se daba por desconocido. Al presentar nuestro proyecto sobre la historia de la “heterogeneidad” en América Latina, teníamos muy presente la relevancia de este asunto en los debates y los estudios sobre el subcontinente, ya fuera como representación más o menos positiva o metafórica, o como concepto clave en un paradigma intelectual con el que observar, describir, interpretar y proyectar las sociedades latinoamericanas. En aquel momento, la referencia a la heterogeneidad nos servía para integrar diversas temáticas y trayectorias de investigación en un mismo proyecto. Ha sido al avanzar en el trabajo que se vislumbra un orden en las lecturas, las fuentes y los asuntos que cubren esa historia de la heterogeneidad “americana”, que afecta a la definición de todo el continente y a la de los países y regiones que lo conforman.

El libro editado por Federica Morelli y Sofía Venturoli (https://www.mulino.it/isbn/9788815292322) es un buen ejemplo de esos saberes que otras personas ya han avanzado y que tienen gran interés para nuestro proyecto, por más que se hayan desarrollado desde preguntas y con materiales que no teníamos del todo previstos. El volumen consta de una introducción y cinco capítulos que tienen como principal objetivo el de realizar un estudio histórico interdisciplinar (historia, antropología, arqueología) de la Comisión Corográfica de la Nueva Granada (hoy Colombia) que Agostino Codazzi (nacido en 1793 en Lugo, Italia, y muerto en Espíritu Santo, Colombia en 1859) dirigiera entre 1850 y 1859. También este mismo libro trabaja con y sobre una amplia bibliografía y colección de fuentes. De hecho, el origen del libro está en el interés por estudiar un importante conjunto de materiales de la Comisión Corográfica depositados en el fondo de manuscritos de la Biblioteca Nazionale Universitaria di Torino. Las editoras del libro entienden que el interés de esta publicación está en el estudio de estos materiales respecto de los ya publicados y analizados en trabajos anteriores (en la web de la Biblioteca Nacional de Colombia se puede acceder a muchos documentos digitalizados, escritos y gráficos, de la Comisión Corográfica) y en la inserción historiográfica de la Comisión y de la vida de Agostino Codazzi en el incierto proceso de formación e institucionalización de las repúblicas latinoamericanas en las décadas posteriores a la independencia de la corona española.

Los cinco capítulos abarcan temas y preguntas que en ocasiones se solapan y en otras se abren a perspectivas distintas. Matilde Flamigni explora la vida de Agostino Codazzi como parte y muestra ejemplar de un mucho moderno hecho en los campos de batalla de las guerras napoleónicas y de independencia latinoamericanas, las escuelas de ingeniería, las sociedades científicas, las redes trasatlánticas y las conflictivas camaraderías durante las aventuras y las exploraciones de ese mundo moderno que sentían como algo a descubrir e inventar (me recordaba mucho la espléndida novela corta de Joseph Conrad, El duelo, y su magnífica adaptación cinematográfica de Ridley Scott, historia en la que el hombre nuevo, un húsar napoleónico, desafía, sin tregua, a la decadente aristocracia, pero si en Francia los duelistas quedan agotados y envejecidos, en América perdura el sueño de derrotar al antiguo régimen y construir un mundo nuevo).

Irene Fattacciu colca el proyecto y el trabajo de la Comisión Corográfica en el seno de las nuevas ciencias y su constitutiva proyección política. Hasta cierto punto, Fattacciu muestra las trayectorias y las instituciones que crean la ventana de oportunidad para cumplir con el proyecto ilustrado de vincular la razón científica y la razón política, así como las dificultades para su realización práctica. Además, subraya el carácter internacional de la producción, circulación y uso de los saberes, en los que las nuevas élites y repúblicas latinoamericanas participaron con intensidad y con planteamientos que, pensaban, debían de ser coherentes con las nuevas naciones por construir.

Federica Morelli pone el foco en la formación geográfica de la nación como un proceso social e histórico, para nada claro ni resuelto en el momento de la independencia de España y que durará, con momentos sumamente conflictivos, todo el siglo XIX, proceso que afectó a todos y cada una de los países americanos de Polo a Polo, sin excepción. La Comisión Corográfica vivió cambios de gobierno (conservadores-liberales, centralistas-federalistas) y, hasta cierto punto, de época (de la incertidumbre de las guerras de independencia a la consolidación de las repúblicas y las relaciones entre éstas) en los que la configuración física y moral de la geografía humana era el tema central y el “mapa” un recurso político y cultural de primer orden.

Si en el capítulo de Morelli los mapas constituían un parte gráfica y analítica fundamental, en el texto del arqueólogo Davide Domenici ese lugar lo ocupan las ilustraciones que la Comisión Corográfica realizó de sitios y objetos precolombinos. Aquí el interés de la Comisión estaba en documentar (construir) la larga duración, que diría la historiografía de hoy, del país recién independizado y del proceso civilizatorio que daba sustento a la nueva república. Domenici estudia las elaboraciones arqueológicas de la Comisión y su papel en la formulación de algunos de los argumentos claves en la distribución temporal, ambiental y humana de las poblaciones que devendrá en la nación colombiana. De ellos, se puede destacar la distinción evolutivo-civilizatoria entre el altiplano y las tierras bajas, el papel del medioambiente sobre las comunidades y sus capacidades morales más allá de las clasificaciones racialistas, los efectos de la violencia en la conquista y la colonización española, y la búsqueda de una civilización precolombina a la altura de incas y aztecas (todos estos temas son recurrentes en otros países latinoamericanos hasta el punto de constituir un cierto patrón, más próximo al caso peruano y algo distinto, pero no tanto, al caso mexicano).

Por último, Sofia Venturoli realiza una suerte de análisis etnográfico de los materiales de la Comisión, en especial de sus discursos escritos y gráficos sobre las poblaciones, sus cuerpos, sus comunidades y sus ocupaciones del territorio. El capítulo reproduce (aunque en blanco y negro, en la web de la Biblioteca Nacional de Colombia se pueden ver digitalizados a color) algunos dibujos de Manuel María Paz, miembro de la Comisión, y pone el acento en la apropiación del territorio y en la consecuente formación histórica (no natural) de la racialización topográfica de Colombia. Venturoli también usa numerosas citas de los textos de la Comisión para mostrar sus principales argumentos sobre los beneficios que la pluralidad natural podría tener para la nueva república, una pluralidad de ambientes y de recursos útiles para la modernización socioeconómica y el comercio nacional e internacional. Ese proceso de integración y proyección económica promovería el mestizaje, ya en marcha, que haría posible la ciudadanía y la nueva república. Del trabajo de la Comisión se subraya su capacidad para producir representaciones y clasificaciones de las gentes y los ambientes.

En resumen, se trata de un libro que trae a la historiografía en italiano un debate fundamental para conocer lo rico y productivo que fue el siglo XIX en la formación de nuevas naciones, instituciones políticas, redes y saberes trasatlánticos, y de ciudadanías patrióticas. En ello, el libro es de gran interés tanto para la historia de Colombia como para la propia de Italia o de los muchos procesos nacionales equivalentes que se vivieron entre las guerras napoleónicas y el ascendente del imperialismo europeo de la década de 1880, un largo periodo histórico en el que las repúblicas americanas se consolidan y comienzan la formación e integración de sus respectivas naciones. Es muy importante subrayar que con este libro se aprende (que no es poca cosa) y se hacen conexiones muy productivas.

No me convence el título porque pone la atención en tres tópicos que interesó a la Comisión Corográfica, pero que, pese a ser recurrentes en el contenido de los capítulos, no ordenan el sentido general del libro. Es el subtítulo el que sí apunta a lo que se discute y se aprende en el libro, tan relevante, o más, que la lectura algo estereotipada que predispone esos términos: geografía, raza y territorio. Es probable que las editoras y la propia editorial hayan pensado que con ese título se coloca el libro en una audiencia más amplia, pero tengo mis reservas al respecto, pues si resulta potencialmente más numerosa, también sospecho que es más limitada en las posibles lecturas que se puedan hacer del libro. En este mismo sentido, me gusta que las citas de las fuentes se hayan reproducido en el español original, pues hace posible contrastar los sentidos y significados del discurso registrado en las fuentes respecto de los análisis e interpretaciones que los capítulos hacen de aquellos materiales. Esto es muy importante para poder observar qué términos y conceptos usaban las fuentes y cuáles la persona que los analiza. Por eso me ha sorprendido que en el capítulo de Dominici las citas de fuentes aparezcan traducidas al italiano, sin advertir de este importante cambio en el que, por ejemplo, “indio” deviene en “indigeno”, que no siempre es una traducción afortunada. Algo parecido ocurre en otros capítulos, en los que el discurso y los dilemas “multiculturales” tan populares en la academia y la confrontación política actual parecen discutir con las preocupaciones y los lenguajes que usaban los integrantes de la Comisión Corográfica.

Si me convencen y me han resultado muy productivos los contenidos más relevantes de este libro que, obviamente, leo y uso como parte de mi trabajo en nuestro proyecto sobre la historia de la heterogeneidad en América. Desde esta perspectiva, quiero subrayar algunos asuntos destacados en los capítulos del libro y que me son de especial interés (son los principales asuntos o preocupaciones que tenía antes de iniciar la lectura del libro y que han orientado mi lectura y comentario).

En primer lugar, el propio encargo y empeño de la Comisión, el de producir un nuevo saber cómo parte de la nueva república. Aquí hay que insistir en que no se trataba tanto de descubrir realidades ignotas, por más que algún descubrimiento pudiera haber, sino de producir conocimiento como parte de la ocupación institucional –política y cultural– del país, de sus territorios y de sus gentes, incluso de sus tiempos históricos. En esto la Comisión participaba, con más equivalencias que diferencias, de una larga historia del saber-poder: comenzó con aquellos experimentos y encuestas sociales que Lewis Hanke localizaba en las primeras décadas de conquista en el siglo XVI, con Las Casas como uno de sus protagonistas, continuó por las muchas instituciones y requerimientos para conocer y dominar la realidad americana que la corona española pone en marcha durante el reinado de Carlo V y amplía con Felipe II, se consolidan en la segunda mitad del XVII y toman un nuevo impulso y sentido con las reformas borbónicas. Esa historia de la conquista y la colonización se compacta en un saber pre-científico, pre-moderno, que las nuevas ciencias del siglo XIX podrán usar, pero no reivindicar. La Comisión, como tantas “misiones” y expediciones posteriores, hace del conocer la pluralidad natural y humana de Nueva Granada, el problema y la posibilidad (para usar la afortunada expresión de Jorge Basadre) de una nueva nación, esa que luego conoceremos como Colombia. Experiencias equivalentes encontraremos en pleno Siglo XX, ya sea la expedición de la UNESCO en el Huallaga en 1948, del Instituto Indigenista Interamericano en Oaxaca y Chiapas en 1945, o de la OIT con la Misión Andina en 1951, expediciones amparadas por organismos internacionales, pero con protagonismo de investigadores y resultados nacionales. En todos los casos, la pluralidad, la diversidad, la exuberancia, la riqueza, el desconcierto y la heterogeneidad aparecen como un mismo problema a diagnosticar y como la posibilidad a construir. Insisto, rara vez fue un asunto propiamente de ignorancia, sino de ajustar la razón entre saber científico y poder político a los objetivos de una república nacional independiente, pero fuertemente internacionalizada e influida desde el “exterior”. Este asunto del saber cómo misión política está en la representación estándar de América como novedad y oportunidad.

Un segundo asunto que recorre todos los capítulos del libro tiene que ver con el solapamiento, cuando no la simbiosis, entre la heterogeneidad natural y la humana. No he alcanzado a revisar los textos de la Comisión más allá de una rápida lectura de algún documento en acceso digital en la Biblioteca Nacional de Colombia y de las diversas citas que aparecen en el libro aquí comentado. No sé si el término “heterogeneidad” aparece o no en las fuentes y, si es el caso, para qué asunto sería usado. Esto es algo que me gustaría conocer pronto, pero el sentido que introduce la noción de heterogeneidad en la descripción y la interpretación de la naturaleza y las personas sí está muy presente en los argumentos de este libro y en una gran cantidad de fuentes y bibliografía, hasta el punto de crear un tópico fundamental en la representación de América desde el siglo XVI hasta hoy. El plus que introduce el concepto de heterogeneidad respecto de otras nociones más simple como la de diversidad, multiplicidad, pluralidad, etc. está en subrayar los orígenes distintos y, a veces, contradictorios de los elementos que componen la realidad natural y humana. Aunque en todos los capítulos aparece el asunto, es en el de Sofía Venturoli donde se discute de manera explícita, incluso usando el término heterogeneidad. El asunto tiene algo de trampa retórica en la que es fácil caer y reificar los términos del discurso racialista como realidades positivas, incluso contra la evidencia que los miembros de la Comisión destacan, algo que Venturoli señala. Por ejemplo, la Comisión (Codazzi directamente) critica el determinismo racial frente al condicionamiento ambiental, pero insiste en definir a los diversos pueblos indios por su ubicación geográfica, lo que lleva a Venturoli a describir el argumento de la Comisión como una topografía moral con efectos en los cuerpos y las poblaciones, incluso una jerarquía civilizatoria. Aunque de manera muy hipotética, pues no conozco bien la historia previa, tengo la sensación de que esta conexión tan estrecha y “obvia” entre el medio (geografía, clima, vegetación, etc.) y el carácter y clasificación de los indios, los africanos, los europeos y los mestizajes (en este orden) es la principal seña de “modernidad” que las expediciones de los siglos XIX y XX añaden a la larga historia del saber-poder que señalaba en el párrafo anterior, y no una continuidad necesaria con las clasificaciones y los órdenes durante la larga y extensa época colonial. Desde hace tiempo me sorprende esa línea argumental que pasa de la descripción del medio físico, vegetal y animal a la presentación de sus habitantes naturales, sus nativos, como hiciera Clavijero a finales del Siglo XVIII al entender que los verdaderos mexicanos eran los habitantes pre-conquista, definidos como indios por los europeos, una continuidad que el Convenio 167 de la OIT asume en términos de derecho internacional y el multiculturalismo reivindica como estatus ontológico. También en el capítulo de Domenici se hacen unos análisis muy interesantes sobre estas conexiones entre naturaleza, población y proceso civilizatorio.

El tercer asunto, y último, que quiero destacar es el protagonista del capítulo de Domenici y muy relevante en los capítulos de Venturoli y de Morelli, se trata de los emplazamientos temporales insertos en la representación histórica de Colombia y que resultan equivalentes a otras representaciones de países americanos. La arqueología y los museos tenían ya, a mediados del Siglo XIX, un importante desarrollo institucional y un importante papel en la reconstrucción (cuando no invención) de los antecedentes patrios.  Pero más que el interés por la arqueología, me interesa subrayar el esfuerzo por registrar una cronología nacional con diversidad de referentes materiales, simbólicos, territoriales, humanos y temporales. En esa representación histórica se pretende una larga duración que enlace civilizaciones precolombinas de prestigio, como los Chibcha en el caso de la Comisión Corográfica, con la nueva república independiente, pero es un tiempo roto, interrumpido por la conquista y sometido a una violenta transformación durante la colonia. Así, esa larga duración se registra como antecedente, casi sin historia, en un tiempo naturalizado del que los indios que restan en el presente son indicios y prueba de ese pasado, pero con una capacidad de actuar muy restringida al ámbito local y a su propia esfera comunitaria. Por su parte, la colonia se representa como el tiempo heterónomo de la dominación y la espera. Frente a esos dos emplazamientos temporales básicos, el tiempo republicano es el propiamente histórico, protagonizado por actores racionales que viven en permanente innovación y cambio, y representan a la nación como un proyecto. Ahora bien, esos tiempos se agolpan y se muestran como partes vivas de una misma realidad heterogénea y mutable: el mundo indígena es una arqueología viva, la colonia es una dislocación y la república un tiempo futuro en construcción, pero que se puede escapar. También aquí los capítulos del libro muestran la gran ejemplaridad de la Comisión Corográfica de Nueva Granada respecto a los discursos y prácticas de construcción de las sociedades americanas del Siglo XIX y que, hasta finales del americano Siglo XX, han sostenido un marco de representación histórica compartido para todo el continente, por más diferencias y contradicciones que las representaciones nacionales puedan mostrar entre sí.

He puesto el énfasis en el saber-poder, las geografías humanas y la discontinua, pero solapada, representación del tiempo histórico porque son tres asuntos que me interesan en mi trabajo sobre cómo la heterogeneidad se constituye en el concepto clave de un paradigma intelectual y político con el que observar, describir, interpretar y proyectar América y sus países. Obviamente, mi lectura y comentario del libro que editan Federica Morelli y Sofía Venturoli no es una reseña ni un análisis crítico, sino un “uso” (en los términos de Umberto Eco) consciente y explícito, incluso arriesgado, en función del Proyecto HeterQuest en el que participo y con la intención de subir un documento de trabajo a la web de este proyecto. El libro es muy útil para nuestro proyecto porque, como decía al inicio, nos da acceso al trabajo y al conocimiento de otras colegas que, por cuenta propia y gran pericia, ya estaban resolviendo cuestiones que interesan a este proyecto. Además, he leído y usado este libro como parte de mi estancia en la Universidad de Torino y como propuesta de discusión con las colegas que aquí trabajan, a las que felicito por el resultado alcanzado y pido disculpas si hallaran alguna impertinencia en mis comentarios.

Demonte, Italia, a 5 de mayo de 2022.


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