Todavía queda bastante trabajo por hacer para delinear el complejo entramado
de agentes y redes del campo indigenista que se fue configurando desde los años 1940
y cuyos resultados y proyección no eran obvios ni previsibles entonces. Confío en
que, sin embargo, esta aportación explique, aunque parcialmente, esa constante y
reiterada asociación con México desde el conocimiento y la reflexión sobre las travesías
del indigenismo interamericano a partir de coyunturas y necesidades materiales
que limitaron un proyecto continental mientras, paradójicamente, se iba delineando
un campo indigenista cuyo recorrido se iría alejando inexorablemente del Instituto que
se había fundado para su promoción (p. 274).
